martes, 11 de noviembre de 2014

Un nuevo sujeto que cambia todos los guiones

Por Jorge Duarte @ludistas

El mundo sindical es uno de los menos propensos al cambio. Lo demuestran los dirigentes que se eternizan, las relaciones laborales rutinarias y la poca permeabilidad a la tecnología. Sin embargo, la irrupción de comisiones internas de izquierda, en una escena adormecida, complejizó la situación, desafió las relaciones de poder y sacó a relucir lo peor de la vieja guardia peronista. Los tradicionales administradores de la paz social en los lugares de trabajo, desorientados.

El ascenso de la izquierda en el mundo sindical es un fenómeno del que se habla recurrentemente aunque con poca precisión. Es que se trata de una realidad que desorienta a propios y atrae a extraños, por lo tanto ni unos ni otros le encuentran la punta al ovillo para poder avanzar en explicaciones. La irrupción de la izquierda es una realidad, es cierto, aunque incipiente. En rigor se trata, más precisamente, de la llegada de dirigentes y activistas de base clasistas que lograron en los últimos años ganar terreno entre los delegados o en las comisiones internas. Crecen desde el pie, dicen sus referentes.
La presencia de los gremios en el lugar de trabajo es una de las principales virtudes del modelo sindical argentino y le permite a los trabajadores organizarse y disputar palmo a palmo con el capital allí donde se produce la riqueza. Las comisiones internas y los cuerpos de delegados son las ramificaciones que le permiten a los sindicatos establecer una red de vínculos para reforzar su pertenencia y su organización. Además, otorga la capacidad de pelear por condiciones de trabajo y salarios a nivel micro. En definitiva son espacios trascendentales por su potencia para que los gremios se acerquen a los obreros que representan, su verdadera esencia, y una fuente de preocupación constante para los empresarios que los “hospedan”.
Heridas de muerte por la última dictadura y tras lo que parecía ser la derrotada definitiva durante la noche de los 90´s, las comisiones internas clasistas resurgieron revitalizadas. Retomaron la iniciativa perdida o quebrada y recuperaron parte de los contenidos que les habían sido arrebatados a punta de desempleo, flexibilización laboral, tercerizaciones, contratos y ajustes.
Esta dinámica en las bases, que regresó a medida que las fábricas se poblaban en los años dorados del kirchnerismo, no encontró ni pudo conseguir un correlato en las estructuras de gremios pasivos y burocratizados, que en lugar de absorberla, la repelen. Tampoco pudo establecer espacios de dialogo y negociación con un conglomerado empresario acostumbrado a “consensuar” sus políticas con los amigos de siempre. Aunque parezca paradójico, ese tandem (vieja guardia sindical peronista y empresariado) que por su posicionamiento en la estructura productiva debieran encarnar papeles antagónicos, suman fuerzas para aislar a los “intrusos” que sueñan con democratizar la toma de decisiones que hace años le pertenece a un pequeño grupo.
Para relatar esas carencias en la inserción, también hay que hacer foco sobre los errores propios de una izquierda ortodoxa con una formación que entiende el verbo negociar como sinónimo de claudicar. Esta beligerancia, exacerbada, redunda en incapacidad de establecer salidas a los conflictos y los entrampa en desgastantes y extensas batallas que los ponen siempre al borde del abismo. Días de furia en los que se juegan el todo por el todo.

Viejas herramientas
Los grandes gremios, con direcciones que en su mayoría fueron partícipes o cómplices de las políticas neoliberales de los 90´s, no encontraron su lugar en una realidad que les exige nuevas respuestas. Como en aquellos años, las dirigencias sindicales siguen ausentes de los lugares de trabajo, encerradas en sus locales gremiales y sin capacidad de incorporar a una generación que se suma a la militancia con perspectivas de participación.
Esa retracción y confinamiento de las cúpulas se comprueba al repasar las estadísticas del mercado laboral. Actualmente sólo el 14,2% de las empresas argentinas posee algún tipo de representación gremial puertas adentro. Es decir, la gran mayoría de los establecimientos productivos (el 85,8%) no tiene ningún tipo de injerencia en los gremios en la diaria, por lo que sus empleados quedan desprotegidos y a merced de las políticas de organización del empleo decididas unilateralmente desde la patronal. Estos datos serían todavía más estrepitosos si se considerasen en la estadística las empresas pequeñas, con menos de 10 empleados, ya que por razones metodológicas las cifras se estiman en lugares con 10 o más trabajadores.
Está claro que este abandono de la comisión interna como herramienta, punto nodal del modelo sindical argentino, no es producto de una sola causa. Evidentemente para que esto suceda se combinaron la desidia, la incapacidad, la derrota cultural, la carencia de iniciativas y, fundamentalmente, la decisión estratégica de muchos dirigentes de pactar con las patronales la no intervención en los lugares donde se genera la riqueza. Es decir, la democracia que se puede ejercer en cualquier espacio de la vida pública está vedada en aquellos puntos donde el capital genera valor.
Esa herramienta abandonada y despreciada por sindicatos que no consultan nunca a sus bases, fue la que levantó el activismo clasista que, paulatinamente, comenzó a intervenir en la vida interna de los lugares de trabajo y a ocupar los espacios vacantes. Como el poder tiene horror al vacío, y las relaciones laborales implican relaciones de poder, la izquierda pasó a ser una alternativa tangible en los establecimientos en los que la vieja guardia sindical peronista era intangible por definición. El clasismo que parecía extinto retornó, entonces, gracias a los resquicios que le abrió el sindicalismo burocratizado. Mientras los popes sindicales se concentraban en la rosca desde arriba, abajo se les movía el piso.

Los hijos rebeldes
Los delegados clasistas son hijos de un mercado laboral potente, con baja desocupación y creación de puestos de trabajo. Lo paradójico es que el fenómeno, que tiene epicentro en los gremios industriales, es hijo del 2001, pero fundamentalmente del kirchnerismo al cual hoy se enfrentan. En una situación de virtual pleno empleo y crecimiento a tasas chinas, la militancia de izquierda encontró el contexto económico propicio para obtener los frutos de lo que fue una decisión estratégica: ganar terreno entre los obreros.
La grieta abierta entre gremios con viejos dirigentes y viejas políticas y empresas con nuevos trabajadores que exigen nuevas respuestas, representó un desafío que muchos de los dirigentes sindicales no estuvieron a la altura de afrontar. Según el Ministerio de Trabajo, los cinco millones de puestos de trabajo creados en la etapa kirchnerista están en la franja entre 25 y 40 años. Las cúpulas gremiales, que en promedio superan los 25 años en el ejercicio de conducción, no son capaces de saldar esa distancia generacional. Otros discursos, otras realidades, otras expectativas, otras exigencias.
Estos obreros, que en su mayoría se incorporaron al mercado laboral con buenos salarios y perspectivas de crecimiento, son sus emergentes rebeldes y hoy uno de los problemas ante la merma de la actividad, los despidos y las suspensiones. Es que los delegados clasistas, imposibilitados por los múltiples obstáculos existentes para disputar la conducción de las estructuras sindicales, centran su atención en pelear el liderazgo de los conflictos que enfrentan en conjunto con sus compañeros de trabajo.
Ante los renovados ajustes, las viejas conducciones gremiales suelen responder con salidas tradicionales: inacción, complicidad o falta de determinación. Es ahí cuando la izquierda gana terreno porque, al menos, presenta un camino posible ante la crisis. Con prácticas que se oponen al tradicional verticalismo burocrático, una propensión por el abuso de las asambleas, pero con el foco centrado en la participación, los activistas clasistas suelen encabezar la resistencia ante el ajuste que se comienza a cernir. Es en esa contradicción -obvia- que presentan los gremios, que son más comprensivos con las patronales que con sus obreros, donde el clasismo encuentra su tierra más fértil.

Suena a paradójico, pero el mundo donde todos los actores pactaron para mantener el status quo, se convirtió en el caldo de cultivo inmejorable para el nacimiento de un nuevo sujeto que desacomodó todas las relaciones previas. Es que esa paz social sellada de hecho entre la vieja guardia sindical, el empresariado y un gobierno que decidió no interferir en la vida gremial, fue la que los adormeció y habilitó la rebelión de los de abajo que se cansaron de que los de arriba no se acuerden que existen gracias a ellos.

sábado, 9 de agosto de 2014

Desafíos del movimiento obrero a la defensiva

Por Jorge Duarte (@ludistas)

Luego de más de una década en la que el movimiento obrero recuperó su lugar como actor social determinante comienza a vivir una etapa a la defensiva. Despidos, suspensiones y situaciones de crisis disparan la conflictividad.

Con la salida de la convertibilidad y el nuevo modelo de acumulación que llegó de la mano del kirchnerismo, el sindicalismo volvió a recuperar su lugar clave en la estructura social, política y económica de la Argentina. Ese actor social que parecía herido de muerte en la década anterior, reconquistó su influencia no sólo en el proceso productivo y en el mundo laboral, sino también en la política y en el territorio.
Sin embargo, con una economía que comenzó a dar señales de alerta hace un tiempo, pero que definitivamente muestra duros signos de parate en los últimos meses, este gigante de varias cabezas, que es el sindicalismo argentino, afronta una nueva etapa. A la falta de creación de puestos de trabajo en 2013, en 2014 se le suma una -fuerte- crisis en varias actividades claves que golpean de lleno en el mercado de trabajo y se plasman en despidos, suspensiones y situaciones de crisis que determinan el cierre de empresas.
A la conocida situación crítica de la industria automotriz con miles de suspensiones y cientos de despidos, se le suman ahora los problemas en las metalúrgicas, en la construcción, en la industria de la carne, el comercio y en distintas ramas de alimentación. Estamos hablando de todos sectores que tuvieron años de bonanza y que afrontaron la creación de miles de puestos de trabajo en la última década.
Un mercado laboral con destrucción de puestos de trabajo colocó definitivamente en 2014 al revitalizado movimiento obrero frente a un nuevo desafío desde su regreso, pasar a la defensiva. Mientras que en los años anteriores las disputas sindicales se centraban en temas de encuadre gremial, en mejorar condiciones de trabajo, regularizar personal, conseguir salarios o negociar aportes, en este 2014 el desafío pasa por cuidar el salario y sostener los puestos de trabajo en un contexto de ajuste.
Esta realidad comienza a hacerse sentir y a marcar el pulso de la conflictividad social. Así como en algún momento de la Argentina las Organizaciones Sociales eran quienes determinaban el compás de las protestas a la luz de una desocupación récord, ahora son las distintas expresiones sindicales las que llevan sus reclamos a las calles ante los ajustes en los establecimientos laborales.
Sólo en el mes de julio, según los datos relevados por la consultora Diagnóstico Político, hubo un total de 358 cortes de calle, bloqueos o piquetes vinculados a problemas en el mercado laboral. Este número es el reflejo de una situación compleja con varias aristas.
Mientras que en julio la conflictividad en el sector público, con 122 bloqueos, se sostuvo en niveles altos como en el último tiempo, la novedad es la irrupción de los trabajadores del sector privado que reaccionan ante despidos y cesantías. En el último mes se produjeron 115 bloqueos por ese motivo. Además, hubo otros 54 protagonizados por trabajadores del sector privado en diversos reclamos y 67 protagonizados por organizaciones de izquierda en apoyo de conflictos como el de Lear, EmFer, Paty y Shell, entre otros.
Las respuestas del movimiento obrero organizado, protagonizando en las calles la resistencia, también encuentran profundas diferencias entre los actores que disputan la conducción (o no) de los conflictos. Es que el mosaico que conforma el mundo sindical argentino con el predominio del tradicional sindicalismo peronista, pero con cinco centrales obreras con dos modelos de agremiación, dos mil nuevas organizaciones gremiales que irrumpieron desde 2001 y la novedad del ascenso de la izquierda, especialmente a nivel de fábricas, presenta un panorama complejo, dinámico y poco previsible.
El reto de afrontar una etapa de ajuste suma, además, el desafío de transitarla en plena fragmentación y con vertientes que parecen irreconciliables. Veremos si el tradicional sindicalismo peronista logra salir de esta fase fortalecido o paga el precio de no estar a la altura con la erosión de sus bases y el avance de los sectores de izquierda u opositores.


Nota originalmente publicada en Info Gremiales 

lunes, 2 de junio de 2014

Una toma que es más que una toma

El conflicto que se desarrolla entre los trabajadores despedidos y la multinacional autopartista Gestamp presenta rasgos que lo convierten en una referencia para entender la batalla sindical en tiempos de ajuste. Patronales que aprovechan el contexto para disciplinar la fuerza laboral, empleados en disputa y los distintos actores tratando de conducir la situación.

A casi dos meses del comienzo del conflicto que derivó en la toma de la planta de la autopartista Gestamp, la situación parece más compleja que nunca. Los intereses empresarios, expuestos detrás de las decisiones de la multinacional para hacer valer sus reglas del juego, confrontan contra empleados que resisten el ajuste. Además, tres actores (el sindicalismo tradicional, el sindicalismo combativo y el Estado) disputan por conducir y buscar una salida que se convierta en patrón para lo que viene, en el marco de un contexto que amenaza con provocar muchos gestamps.
Las suspensiones, que derivaron en despidos, huelga y toma de planta en la empresa multinacional de capitales españoles, fueron el comienzo de un espiral ascendente de conflictividad que nunca fue descifrado por el sindicalismo tradicional de SMATA, ni por el Ministerio de Trabajo. Ambos resortes de poder, con capacidad de presión y acceso a políticas públicas para hacer contrapeso a una ofensiva patronal, carecieron de capacidad de respuesta. Ni SMATA ni el Ministerio pudieron canalizar el reclamo, más bien lo potenciaron con la indiferencia, la pasividad y luego con el ataque a quienes decidieron tomar la planta.
El gremio de Mecánicos (SMATA) que lidera Ricardo Pignanelli es muy cercano al gobierno nacional. Tanto es así que un miembro de ese sindicato, Oscar Romero, es de los pocos que logró tener una banca de Diputaro Nacional en las últimas elecciones integrando la lista del Frente Para la Victoria.
Pignanelli es de los gremialistas más cercanos al poder. Tiene acceso a los más altos funcionarios y capacidad de presión. Sin embargo, no utilizó ninguna de las dos armas para resolver un conflicto que por características puede repetirse en otras plantas. En lugar de ponerse a la cabeza, dejó que la cabeza de los dirigentes estuviera en riesgo. La primera reacción de SMATA fue desconocer un conflicto colectivo, negociar el ajuste y avalar lo que sucedía.
La situación es clara, Gestamp aprovecha un contexto de caída de la actividad para disciplinar la fuerza laboral. Por eso las suspensiones y los despidos se dan sin que la empresa pida salvatajes o ayudas por la "crisis" que vive.
Desde el Ministerio de Trabajo confirmaron la empresa con planta en Escobar no realizó pedidos para que se dispongan ayudas Repro, ni presentaron algún plan para que se les otorgue apoyo alguno. Lo que sucede es que la actividad desmejora, pero la situación no es apremiante.
Claro que desde la cúpula de SMATA, que disputa la representación de la empresa con sectores de izquierda, pensaron que era un buen momento para que “el ajuste” caiga sobre las espaldas de los revoltosos y matar dos pájaros de un tiro. Es por eso que primero no intervinieron, luego desconocieron el conflicto colectivo y más tarde, ante la inminencia de la toma, llamaron al Secretario de Seguridad Sergio Berni para pedirle que la impida.
Aunque el Supersecretario estaba dispuesto a actuar no hubo órdenes precisas ni desde Nación ni desde Provincia. Entonces, la militarización posterior ya había dejado en evidencia el rol de SMATA, la incapacidad del Ministeiro de Trabajo de encontrar soluciones e intervenir efectivamente en el territorio y la predisposición del sindicalismo combativo de liderar el conflicto.
Así como los despedidos y los operarios de Gestamp que se solidarizaron con ellos no son contenidos ni representados por el sindicalismo de Pignanelli, tampoco son actores altamente ideologizados que respondan directamente a la izquierda partidaria. Los despedidos componen un nuevo actor que se incorporó al mercado laboral en los últimos años y que reaccionan ante el primer revés que les toca atravesar en su vida laboral. Muchos de ellos jóvenes, con salarios que los ubican entre los sectores medios, son sujetos que están en disputa y en busca de representación.
La situación, entonces, llegó a un punto de no retorno. Un gremio que no supo leer la situación ni responder a las necesidades actuales y hoy hace un plenario para organizar una movilización contra la toma de plantas; una patronal que no está dispuesta a declararse derrotada ante una ofensiva sindical y por eso no acató la conciliación obligatoria y un ministerio de trabajo que actúa tarde y mal.

martes, 22 de abril de 2014

Anverso y reverso en un mismo proyecto

Por Jorge Duarte @ludistas

La semana pasada se presentó el Proyecto de Ley de Promoción del Trabajo Registrado y Prevención del Fraude Laboral. La normativa se encuentra para su tratamiento en la Cámara de Senadores y establece un conjunto de medidas para formalizar la situación de más de un tercio de los asalariados que trabajan de forma no registrada (eufemismo utilizado para referirnos al trabajo ilegal) y para alentar la promoción del empleo. El diagnóstico parece acertado, el trabajo no registrado y la pérdida de dinamismo del mercado laboral en el último tiempo son dos de los problemas más acuciantes de esta etapa.
El tercio de trabajadores no registrados no sólo no cuentan con protección social y legal sino que, además, perciben salarios promedios que los dejan muy cercanos a la pobreza, sufren una condición de inestabilidad que les quita posibilidades de proyectarse en el tiempo y padecen dificultades para acceder a la salud, la educación y la vivienda (incluso al alquiler por no poder cubrir con las condiciones que impone el desregulado y voraz mercado inmobiliario).
El año pasado el Ministerio de Trabajo de la Nación en el documento “Trabajo no registrado: avances y desafíos para una Argentina inclusiva” dio algunas pistas para entender una parte importante de las motivaciones de la medida. El informe señalaba que en establecimientos de hasta 5 trabajadores, el 70% de los empleados se encuentran en condición de no registrados. Este texto, debatido en el marco del Diálogo Social 2013, brinda sustento a la idea madre sostenida por el proyecto de establecer sistemas de incentivos para la formalización de lazos laborales en las microempresas.
Es en este núcleo de trabajo no registrado urbano donde el proyecto converge con las necesidades del momento y encuentra su mayor acierto. La situación de estas unidades pequeñas, de baja producción y escasa rentabilidad (lo que se medirá en base a la facturación) merecen atención especial y diferenciada. No hablamos de emprendimientos con altas ganancias, sino más bien de aquellos que están vinculados a la subsistencia. Simplificación de los trámites, menores costos y mayor control consolidan una respuesta precisa.
Menos auspiciosa parece ser la mirada que exhibe el plan sobre las empresas más grandes y su actuación en el mercado. Con una perspectiva un tanto naif del comportamiento de los privados, el éxito del proyecto en los establecimientos de mayor envergadura no dependerá tanto de los incentivos, sino que su suerte estará atada a la presencia efectiva del Estado y del impulso que se le otorgue a los controles y a la fiscalización de las irregularidades. Quienes utilizan el trabajo en negro para maximizar ganancias no cambiarán su postura de no mediar instancias punitivas concretas y palpables.
El reverso de la moneda lo encontramos en el apartado sobre la promoción de empleo. De cara a un mercado laboral que comienza a dar señales de alerta por despidos en sectores como el metalúrgico, el metalmecánico, el automotriz y el del calzado, el proyecto prevé beneficios impositivos para quienes incorporen nuevo personal. Este intento de dinamizar la creación de empleos cae en una receta probada aunque no siempre con buenos resultados.
Las reducciones de cargas patronales para apuntalar el mercado es una política de empleo ortodoxa que no suele dar frutos por sí sola e históricamente fue más beneficiosa para empleadores que para empleados. Estos beneficios impositivos que abarcan situaciones disimiles (especialmente hablando de tamaño y rentabilidad) seguramente profundizarán las diferencias pre-existentes y tendrán poco impacto en el mundo de las PyMES. Difícilmente se logre revertir la tendencia a la destrucción de puestos de trabajo si las fuerzas no se centran en volver a impulsar la producción y potenciar el consumo.
Por supuesto que el análisis de la letra de una legislación se basa en lo que se explicita, pero también en lo que se omite. En ese sentido, es de destacar el reconocimiento del trabajo no registrado como un grave problema del mercado laboral, pero se pone el acento sólo en el rol que juega en el sector privado como si no existiera trabajo en negro en el Estado. Tanto el empleo público nacional, como (y fundamentalmente) en los órdenes provinciales y municipales se observan grandes bolsones de informalidad que quedan invisibilizados en este proyecto.
El trabajo no registrado es un problema transversal del mundo laboral en su conjunto que se consolidó en los últimos 20 años. Un buen primer paso para su combate sería avanzar en registrar las fuentes de trabajo en negro y las situaciones de fraude laboral que produce el Estado, lo que seguramente redundaría en un beneficio para los trabajadores y para el propio Estado.

 Nota originalmente publicada en Página 12

sábado, 5 de abril de 2014

Sólo tiene empleo 1 de cada 4 mujeres jóvenes

Aunque el desempleo general se mantiene bajo, golpea fuertemente a sectores vulnerables del mercado laboral. En el grupo de mujeres de entre 18 y 24 años sólo una de cada cuatro tiene un empleo. Esa proporción es todavía menor en los sectores más bajos de la población.

El desempleo parece no ser un problema en el mercado laboral argentino. Con porcentajes de solamente un dígito desde hace muchos años y tocando el piso del período posconvertibilidad en los últimos trimestres, todos coincidían en que había que concentrarse ya no en la falta de empleo, sino en la calidad del empleo disponible. Aunque en parte esa afirmación es correcta, también es cierto que hay sectores vulnerables del mercado laboral que siguen encontrando en el desempleo su problema principal.
La juventud suele ser un sector castigado por el mercado. Con dificultades para insertarse y hacer sus primeros pasos en el mundo laboral, los jóvenes suelen sufrir de manera más cruenta las dificultades que presenta cada etapa.
Para graficar las particularidades que se viven desde la juventud sólo es necesario mencionar algunas cifras relevadas por el Instituto para el Desarrollo Social Argentino (IDESA) basado en la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que realiza el INDEC. Mientras que la tasa de empleo general en la población en edad de trabajar es de 63%, la tasa de empleo de los jóvenes entre 18 y 24 años apenas alcanza al 33%. Esto quiere decir que el nivel de empleo de la juventud es 48% menor que el nivel general que presenta en mercado laboral.
Ahora bien, si incluimos la variable sexo en nuestro análisis, nos topamos con cifras preocupantes. La tasa de empleo de mujeres jóvenes (entre 18 y 24 años) sólo alcanza el 24%. Por lo tanto sólo 1 de cada 4 mujeres jóvenes acceden a un empleo.
Aunque la discriminación laboral hacia las mujeres se puede visibilizar transversalmente en todo el mercado, en la juventud toma una intensidad alarmante. La falta de políticas activas de fomento de empleo para el sector aportan a esta tendencia del mercado. Por omisión se potencia lo inmanente.
Cabe mencionar que en los estratos socioeconómicos más bajos el número de mujeres que acceden a un empleo es todavía más bajo. Entre los factores determinantes de este fenómeno encontramos la falta de conclusión de los estudios básicos, las presiones o imposiciones familiares para que se responsabilicen de las tareas domésticas y los embarazos tempranos.
El recientemente lanzado Plan PROGRESAR en parte busca paliar esta situación. Recordemos que su objetivo es que los jóvenes de entre 18 y 24 que no trabajan, trabajan informalmente o tienen un salario menor al mínimo vital y móvil y su grupo familiar posee iguales condiciones, puedan iniciar o completar sus estudios en cualquier nivel educativo a cambio de percibir una prestación económica de $600 mensuales.
Todavía es incipiente la implementación de la medida, por lo que todavía no se puede realizar una evaluación de su impacto, pero queda claro que no será suficiente. Hay que desarrollar más políticas públicas enfocadas en aquellos que el mercado laboral excluye.
Las mujeres y especialmente las jóvenes, todavía siguen padeciendo discriminación laboral y es necesario regular el mercado para poder resolver el problema que se eterniza a pesar de los cambios de etapas.

sábado, 15 de marzo de 2014

Las perspectivas de las paritarias 2014

Por Jorge Duarte @ludistas

Menor dinamismo en la creación de puestos de trabajo, bajos niveles de desempleo, caída del salario real y la aceleración de la inflación condimentan las paritarias del 2014. La dispersión en las cúpulas sindicales y la devaluación terminan de armar un rompecabezas por demás complejo.

A principios de año Héctor Méndez, titular de la Unión Industrial Argentina (UIA), pronosticó que las paritarias del 2014 serán un combate. Los distintos componentes del mercado laboral parecen confirmarlo. El 2013 mostró un menor dinamismo en la creación de puestos de trabajo, que encendió las primeras luces amarillas sobre el tema.
El economista Ariel Setton explica que “durante el último año, 107.000 personas dejaron de buscar trabajo, casi tanto como quienes dejaron de ser desocupadas (102.000). La diferencia entre ambas es gente que perdió el empleo”. Vale resaltar que en los últimos 10 años sólo hubo dos períodos con destrucción neta de empleo interanual: el segundo trimestre de 2009, y el tercer trimestre de 2013.
Aún con un mercado laboral menos pujante, encontramos la desocupación que se ubica en torno al 6,8% y expresa el segundo nivel más bajo de los últimos 10 años. Por este motivo muchas actividades de la producción y del sector servicios, a pesar de no tener una economía en crecimiento, van a negociar las salarios en un escenario de pleno empleo y sin la presión y el disciplinamiento que la desocupación genera al momento de sentarse frente a las patronales.
En lo que respecta a los ingresos de los asalariados, 2013 marcó un retroceso. Si bien los ingresos mostraron un crecimiento general en la década luego del piso histórico de 2002, en 2011 y 2012 las subas fueron casi imperceptibles y en 2013 llegó la caída. El “Informe de Coyuntura” de febrero de este año publicado por el Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (CIFRA), dependiente de la CTA de Hugo Yasky, indicó que “después de dos años consecutivos de ligeros crecimientos del salario real, el poder adquisitivo del salario cayó 0,4% en 2013”. Una mala señal de cara a lo que se viene, principalmente con la devaluación que disparó aumentos generalizados de precios.
Estos datos no sorprenden si tomamos en cuenta que este período de freno y posterior retroceso salarial coincide con la aceleración de los niveles de inflación. Si bien las paritarias siguieron su curso, en estos últimos años las recomposiciones de haberes comenzaron a no ganarle a las subas de precios.
Ante la pérdida de poder adquisitivo y la aceleración del proceso inflacionario, dirigentes sindicales y empresarios se encontrarán ante dos alternativas: revertir la situación con acuerdos que refuercen los ingresos de los asalariados y, por ende, el mercado interno o actualizaciones que tiendan a profundizar el estancamiento y deterioren el nivel de vida de los trabajadores.
Desde los distintos sectores sindicales ya anticiparon que irán por paritarias que reflejen la “inflación del supermercado”. Todos coinciden, incluso los gremios más cercanos al gobierno nacional, en que las negociaciones no pueden cerrar debajo del 30%.
El menor dinamismo de la economía, ingresos deteriorados por la inflación y una situación propicia para la presión sindical alentada por el “pleno empleo” en muchos sectores, colocan a las paritarias 2014 frente al panorama más complejo de la posconvertibilidad.

domingo, 9 de febrero de 2014

Paritaria docente ¿disputa por el salario o por la pauta salarial?

Por Jorge Duarte @ludistas

Tras dos años sin acuerdo y con cierre unilateral de discusiones, en los próximos días comenzará la paritaria nacional docente. Las charlas, en las que están puestas todas las miradas, darán un primer indicador del clima de negociación salarial y mostrarán cuál puede ser el punto de acuerdo entre pedidos y ofrecimientos.

La paritaria nacional docente comenzará en los próximos días. De la ronda de negociaciones participarán los 5 sindicatos nacionales del sector con personería gremial (CTERA, SADOP, UDA, AMET y CEA) y el Ministro de Educación de la Nación. El camino a transitar por las partes parece incluso más sinuoso que el de los últimos años. Ante los pedidos sindicales que van desde un acuerdo corto a porcentajes que alcanzan el 61% de recomposición salarial, encontramos la idea del gobierno nacional de establecer una pauta salarial “razonable” (alrededor del 25%). El punto de encuentro está lejos de visualizarse.
Lo sustancialmente importante de la paritaria nacional docente reside para los trabajadores de la educación en que establece el piso desde el cual se discuten los salarios en las Provincias y para el gobierno nacional en que establece un patrón de referencia para las negociaciones que se avecinan. En un clima sindical movilizado por la erosión que produce en los ingresos la suba de precios, hay una alta expectativa por saber cuál puede ser el porcentaje de actualización que pueda primar en las discusiones.
Como dijimos, además del patrón para lo que viene, está en juego el poder adquisitivo de los docentes. Según el documento “Paritaria Nacional Docente: el primer gran desafío de la nueva etapa” publicado por el Observatorio del Derecho social de la Central de Trabajadores Argentinos el mínimo de 3.416 vigente desde diciembre de 2013 es “En términos reales, el salario más bajo de los últimos siete años”. La depreciación salarial del sector, según la investigación, comenzó en 2012 y se pronunció al año siguiente. Casualmente (o no) estos años coincidieron con los períodos donde las negociaciones se clausuraron por decreto sin consenso de los representantes de los trabajadores.

Fuente: “Paritaria Nacional Docente: el primer gran desafío de la nueva etapa” publicado por el Observatorio del Derecho social de la CTA

El mismo trabajo calcula que para que el salario mínimo alcance los niveles que tenía en marzo de 2007 debería tener una actualización no menor al 39%. Este porcentaje está muy lejos de lo deseado por el gobierno nacional y escapa a los límites de racionalidad y previsibilidad que se reclama desde las cámaras empresarias.

Veremos que resultado tiene este esperado primer round de 2014.



1. A los fines de la elaboración de este gráfico se consideró el promedio salarial anual del salario mínimo docente (entre el mes de marzo de un año y febrero del siguiente) y se lo deflactó por un índice de precios alternativo al IPC oficial, en tanto para el período considerado el índice oficial carece de toda utilidad. La inflación tomada en cuenta, correspondiente al promedio anual, fue la siguiente: año 2008: 25,8%; año 2009: 15,6%; año 2010: 23,4%; año 2011: 22%; año 2012: 25,1%; y año 2013: 26,9% (aquí se proyectó una inflación del 3% para los meses de enero y febrero de 2014).